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Saldrás de esta (Esperanza y ayuda en tiempos difíciles) Por Max Lucado


El texto que sigue ha sido tomado del libro de Max Lucado «Saldrás de esta» (HarperCollins, 2013) y es como el autor comienza la historia de José, el hijo de Jacob, envidiado por sus hermanos quienes lo echan a un pozo para que muera; luego lo venden a unos mercaderes madianitas que van a Egipto y termina, el joven, transformándose en el segundo en importancia en el Imperio Egipcio. «Saldrás de esta» es un mensaje a todos los que se encuentran en situaciones imposibles en la vida, y para quienes, en un momento, Dios les tenderá la mano para sacarlos de esa tribulación.

Estaba temblando, con ese temblor interior que se puede sentir con solo ponerle la mano en el hombro. La vi en la tienda de comestibles. Hacía meses que no la veía. Le pregunté por sus niños y por su esposo; cuando lo hice, sus ojos se humedecieron, su quijada se contrajo y me contó la historia. Él la dejó. Después de veinte años de casados, tres niños y una docena de mudanzas, se fue. La cambió por una joven modelo. Hacía lo posible por aparentar calma, pero no pudo. La sección de verduras de la tienda se transformó en un santuario de confesiones. Allí, entre tomates y lechugas, lloró. Oramos. Luego, le dije: «Saldrás de esta. No será sin dolor. No será de un día para otro. Pero Dios usará este lío para bien. Mientras tanto, mantén la calma y no hagas ninguna tontería. No te desesperes. Con la ayuda de Dios, saldrás de esta».

Dos días después recibí la llamada de un amigo. Acababa de perder su empleo. Había cometido una estupidez al hacer algunos comentarios inapropiados en el trabajo. Tonterías. Pero su jefe lo despidió. Ahora, a sus cincuenta y siete años, era un gerente desempleado en medio de una economía que se caía a pedazos. Se sentía terrible y, a través del teléfono, sonaba peor. Su esposa estaba furiosa. Los hijos, sin saber qué pensar. Necesitaba que alguien le dijera algo que le ayudara. Lo hice. «Saldrás de esta. No será sin dolor. No será de un día para otro. Pero Dios usará este lío para bien. Mientras tanto, mantén la calma y no hagas ninguna tontería. No te desesperes. Con la ayuda de Dios, saldrás de esta».

Luego fue la joven adolescente a quien encontré en el café donde trabaja. Está terminando su secundaria y espera ir a la universidad el mes que viene. Su vida no ha sido fácil. Cuando tenía seis años, sus padres se divorciaron. Cuando cumplió los quince, se casaron de nuevo solo para volverse a divorciar a los pocos meses. Hacía poco, su padre le había dicho que tenía que decidir si quería vivir con su madre o con él. Se le asomaron las lágrimas cuando me describió su situación. No tuve chance de decirle esto, pero si la vuelvo a encontrar, puedes apostar a que la miraré directamente a los ojos y le diré: «Saldrás de esta. No será sin dolor. No será de un día para otro. Pero Dios usará este lío para bien. Mientras tanto, mantén la calma y no hagas ninguna tontería. No te desesperes. Con la ayuda de Dios, saldrás de esta».

¿Atrevido yo, eh? ¿Cómo me permito decir eso? ¿De dónde saco la audacia para hacer tales promesas en medio de una tragedia? En realidad, de un hueco, oscuro y profundo. Tan profundo que el muchacho no habría podido salir solo. Si hubiese podido, sus hermanos lo habrían echado de nuevo al fondo. Ellos fueron los que lo habían arrojado allí.

Sucedió, pues, que cuando llegó José a sus hermanos, ellos quitaron a José su túnica, la túnica de colores que tenía sobre sí; y le tomaron y le echaron en la cisterna; pero la cisterna estaba vacía, no había en ella agua. Y se sentaron a comer pan (Génesis 37.23-25).

 
 
 

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